Sufrir un infarto de miocardio (IM) conlleva una gran carga emocional. Suelen sucederse tres fases: la prehospitalaria (desorientación), la hospitalaria (ansiedad) y la de convalecencia (depresión). En la primera, un rechazo inconsciente suele retrasar la solicitud de atención y esto es importante ya que el 60% de las muertes originadas por un IM se presentan entre la primera media hora a una hora después de iniciado el dolor precordial. El paciente suele desplazar el origen del dolor del corazón al estómago y lo atribuye a un exceso dietético o a «un frío» porque «un ataque cardiaco es una alteración grave que a mí no me puede pasar».
Sea cual sea el mecanismo de defensa lo cierto es que el enfermo suele esperar cuatro horas o más antes de solicitar atención médica. Dicho fenómeno afecta a todos los niveles socioeconómicos y se produce incluso en los reinfartados. Esta tardanza conlleva recriminaciones posteriores según sea el desarrollo de los acontecimientos («si hubiera llegado antes, «si hubiera hecho caso»). El abordaje del problema se inicia mejorando la accesibilidad y realizando campañas educativas para lograr que el enfermo consulte si sufre un dolor torácico de más de tres minutos de duración y si no lo hace, facilitar que el cónyuge realice los contactos necesarios aún en contra de la voluntad del paciente.
En la segunda etapa (hospitalaria) surgen reacciones anímicas que es importante comprender. En estos momentos, las cualidades que más aprecian los pacientes son la comprensión, el sentido de autoridad (seguridad) y las explicaciones sencillas. Los pacientes refieren muchas fuentes de angustia, pero hay una en la que casi todos coinciden y es la de ser dejado a solas súbitamente. Apenas llega al servicio todos los esfuerzos se centran en él, pero cuando ya es considerado «estable» (monitorizado, con una vía...) se le abandona y sufre uno de los momentos más difíciles de la experiencia. La compañía de un familiar o de un profesional evitará esta situación. Ya en la unidad de cuidados coronarios se pueden dar otras fuentes importantes de estrés que serán recordadas siempre, como son el pitido del monitor, observar el paro cardiaco de otro enfermo o sufrirlo uno mismo. La angustia que produce el control continuo con monitor puede eliminarse si éstos se centralizan en mostradores externos. Si no es posible se debe explicar que, mientras oiga el pitido intermitente, todo va bien. Observar el paro cardiaco de otro enfermo y las maniobras ulteriores de reanimación aumenta el estrés emocional, y de hecho después del episodio se incrementa la necesidad de sedantes y tranquilizantes. La construcción de unidades de cuidados coronarios con habitaciones individuales puede disminuirlo. En casi todos los casos es importante reconocer y aceptar la negación como mecanismo psicológico de defensa puesto que desempeña un papel vital en el manejo del estrés. Sólo si la negación dificulta el tratamiento posterior, lo cual rara vez sucede, se debe luchar contra ella.
En general los enfermos que enfocan su vida de una forma optimista y positiva tienden a sobrevivir más tiempo que los otros; sin embargo, como etapa casi ineludible aparece ya la depresión, aunque suele ser tan leve que pasa inadvertida y no se convierte en un problema verdadero hasta llegar a la tercera fase, la de convalecencia. Esta es la etapa de mayor importancia desde el punto de vista psicológico, puesto que en ella se desarrollan los principales problemas emocionales. El paciente no está preparado para soportar la sensación de debilidad que experimenta al ser dado de alta y surgen las dudas de si le será posible retomar su vida habitual (sexual, laboral, deportiva o de ocio).
Uno de los aspectos que conviene aclarar, tanto al paciente como a su cónyuge, es el relacionado con la vida sexual. Debe explicarse que la actividad sexual es similar al esfuerzo de subir unos escalones y que en los casos no complicados puede reanudarse unas semanas tras el alta (y advertir de una posible disfunción eréctil pasajera, problemas de eyaculación precoz...). En esta fase el médico de familia es imprescindible y debe tratar de aliviar los temores anteponiéndose a las preguntas con propuestas directas, ya que el paciente no suele verbalizar las dudas más peregrinas que puedan imaginarse. Por ejemplo: ¿si mi padre murió por infarto yo moriré a su misma edad?, ¿es más frecuente el infarto durante el sueño?, ¿es más probable sufrir otro en el aniversario del primero? Los grupos de apoyo («clubes de cardiacos») sirven para compartir experiencias, pero en todo caso es de máxima importancia que, tanto el enfermo como su familia, sepan que pueden siempre contar con su médico.