Roberto Sánchez
Médico de Familia
«Solo hay una cosa en este mundo peor que tener una identidad, y es no tener ninguna»
Terry Eagleton
Voy a la guardia por la autovía. No hay mucho tránsito. Pongo el transistor, que me hace compañía.
Nací y me envolvieron en una toalla que tenía membrete del Servicio Autonómico de Salud, por obra y gracia de las transferencias. Acto seguido me transfirieron a mi madre, que me arropó para que no perdiera calor, y su acción poiquiloterma se superpuso a la de la toalla, por lo que no sabía si me estaba protegiendo ella o el Estado. Mi mamá o papá Estado.
Cuando era adolescente me daban unas fiebres muy altas, como una manera que tenía mi medio interno de seguir desafiando a mi madre, y ella me ponía una toalla húmeda en la cabeza que pesaba mucho. Aquello era un misterio para mí, porque yo vivía cerca de Portugal y pasábamos antes de la apertura de fronteras a comprar toallas. Las de Portugal eran hidrófobas, no secaban, repelían el agua, pero las toallas para la frente se la quedaban toda.
Terminé haciendo la residencia en Medicina Familiar. Me duchaba en las guardias y me reencontré con las toallas hidrófobas que creía desaparecidas con el mercado único. Había un recipiente que ponía «Toallitas sanitarias» al que las tiraba al principio, hasta que me di cuenta de que era para las compresas.
Con el tiempo acepté un trabajo haciendo avisos a domicilio y, cuando terminaba la exploración y pedía lavarme, la familia siempre me ofrecía una toalla limpia, en un gesto que me descolocaba. Por un lado, me resultaba una deferencia que me encumbraba a un lugar que no merecía; por otro, me resultaba tierno. Si no me miraban, me secaba con la suya, y cuando sentía la humedad preexistente, lograba conectar con la realidad de las cosas.
Mi poiquiloterma madre siempre me instruyó para que no tirara la toalla, así que me empleaba a fondo en mi trabajo. Cuando asistíamos al paciente terminal que sangraba, era yo el que pedía entonces a la familia que sacara todas las toallas que tuvieran. Como seguía trabajando cerca de Portugal, salían a relucir todos los juegos desde la Revolución de los Claveles. Rechazábamos las de color blanco para hacer disimular la sangre. Las blancas eran para la vida, las de color para la muerte.
Volvía agotado al centro de salud tras acompañar al paciente y a la familia en ese penoso trayecto. Antes de irme a dormir me pasaba una toallita de papel por la cara, que recogía sudores y lágrimas, y me refrescaba con una toallita perfumada. Vaya toalla.
«No hay nefrona que ultrafiltre esta litrona» YO.
A golpe de riñón te escribo esta canción. Que mientras estoy en el bar me sube el filtrado glomerular y se me regula sola la tensión arterial (y sexual). Mantengo al irme a casa el equilibrio iónico y postural. Y sobre todo el ácido-base, pase lo que pase. Si se complica la cosa termino en la celda renal, y me pide la policía un aclaramiento (de creatinina). Cuando acabo de depurar la sangre me entra el hambre, y voy a la cocina. Después al baño, a la excreción (fraccional). Desde hace años tengo la misma rutina. Tengo una enfermedad de cambios mínimos. No se me da mal el metabolismo de las purinas. Si se pone el hígado a trabajar, todo queda alineado, aunque vaya de lado a lado, en el síndrome hepatorrenal.
Tengo que tener cuidado con los residuos nitrogenados. Que luego la litotricia me desquicia. Me saca también de quicio el trabajo del intersticio. Demasiada alcalosis me lleva a la hidronefrosis. Me hacen más daño las proteínas que la drogaína.
Déjame esta noche pasar, aunque degrade mal el amoníaco y no te pueda besar. Y tenga este fetor urémico. No me pondré maníaco, ni isquémico; no me voy a poner psicótico por el síndrome nefrótico. Déjame que me centre, que estoy al fondo del vientre, en el retroperitoneo de tu corazón, que si esta noche no meo puede que lleves razón, y ande otra vez con la obstrucción. No me digas si me amas, no hace falta que respondas, sólo ayúdame a poner la sonda, para que no moje la cama. CALCULO que tengo piedras. Al pasar por el uréter me ponen en un brete.
Nos acurrucaremos como un ovillo (capilar), aunque tenga que dormir con el calzoncillo. Me pongo de cara, o te hago la cuchara, o de lado, como si fuera tu esposo, sinuoso, como el túbulo contorneado. Te tapo si tienes frío, yo tengo escaloFRÍO, porque me da la bacteriemia de tanta azoemia.
Segrego la aldosterona, se me nubla la mente, vuelvo loca a la nefrona, se me descontrola la arteriola aferente, pierdo en la médula el gradiente. Me da pereza reabsorber en la corteza. Es patética esta nefropatía diabética. Ya tomo el bicarbonato por pasar el rato. Me he convertido en un místico en este estado poliquístico. Me da la parálisis de pensar en la diálisis.