Roberto Sánchez
Médico de Familia
Mónica vino a mi consulta con unos síntomas clarísimos de síndrome constitucional. El que no lo viera es que tenía una miopía y una carta magnas. Estaba tan delgada que tenía un músculo esquelético. Me dijo que en ese Estado no podía seguir. Yo me propuse hacer una reforma, pero no estaba seguro de si contaba con dos tercios de los órganos.
Todo el mundo te conocía de fumar en la puerta pero nadie sabía quién eras en realidad. Un día me fumé un cigarrillo para conocerte. La taquicardia devino multifactorial, pues. Me mareé y tosí un poco pero prefiero un patrón obstructivo a un patrón de vida restrictivo.
Reconozco que acepté ese trabajo para hacer guardias yendo a ver a los pacientes a los domicilios porque era la última oportunidad que me quedaba de salir por las noches. Uno de los signos patognomónicos de la treintena es que a la vez que la noche pierde interés como campo de batalla y/o mercado del amor, la vida se va convirtiendo en algo en cierto modo decadente, probablemente mediante una relación causal entre ambos acontecimientos. A los treinta se renuncia a la población diana para, mediante los criterios de inclusión y exclusión, quedarte con la población accesible, y al final conformarte con una muestra elegida mediante un muestreo no probabilístico, a conveniencia. Pasas de tomar Chi(vas al) cuadrado en las discotecas a tomar por las tardes tés de Student.
No hay una presencia tan desasosegante como la de las fotos en las casas de los ancianos.