Los medios cambiaban, pero la idea original de «Libro de caras» (Facebook) permanece igual. Las redes sociales nos persiguen y, a poco que en uno de estos grupos tengamos a alguien con pocas cosas que hacer y una masa anónima receptiva, se forma la tremolina. Por poco apego que tenga a las nuevas tecnologías, en cuanto disponga de un teléfono móvil y/o un ordenador, tenga por seguro su pertenencia, aunque sea a regañadientes, a un chat, conversación o grupo.
Amigos de la infancia, compañeros de colegio o instituto, camaradas de la mili, condiscípulos de la facultad, colegas de la residencia, del primer trabajo, por nombrar algunos grupos –sólo los clásicos– a los que usted pertenecerá, sin remedio ni fortuna. En éstos pronto aparecerá el vídeo, la caricatura, la chanza o la simple narrativa donde se ensalcen las cosas del pasado, de ese pasado donde se originó el grupo y que todos recuerdan con nostalgia. Lo más curioso es que esas costumbres vintage, sean comidas, programas de televisión, maneras de educar, juegos, diversiones, canciones, etc., incluso política y hábitos sociales, siempre salen ganando cuando se las compara con las actuales. Las viejas generaciones desprecian a las más nuevas achacándoles falta de valores e inconsistencia en sus propuestas y, a su vez, cuando los jóvenes alcanzan una mayor edad, se pronuncian de manera semejante a los que antes los criticaban. Los problemas entre generaciones no son sólo un hecho reciente; este ciclo de escepticismo sobre el futuro y el valor de los nuevos ya aparece en las antiguas civilizaciones con citas más o menos apócrifas de pensadores clásicos, que se podrían trasladar sin modificación al momento actual. El colmo de los colmos es cuando en el dominical de un periódico nacional, un intelectual representante de la generación más sociópata de los últimos tiempos, a la vez que recordaba haber vivido intensamente el lema de sexo, drogas y rocanrol, acusa a la generación de sus hijos de la falta de un proyecto vital fuerte y de capacidad de frustración.
Cualquier tiempo pasado no fue mejor, sino más cutre, y sólo una falta preocupante de memoria es lo que podría hacer considerar sucesos como el «pan con vino», la EGB, «Érase una vez el hombre» o «La bola de cristal» como experiencias maravillosas.
Por cierto, pasa lo mismo en medicina. ¿O es que no se había dado cuenta?