Él decía que la expresión de los dientes era fundamental porque concitaba varios elementos identitarios. Uno individual. Un acabalgamiento, un hueco, un colmillo afilado demás (una vez me mordieron con una dentaDURA así y le dije al médico que había sido un perro para no inculpar a nadie y se lo creyó. Me dio rabia aquel dolor)… definía de por vida a una persona. Otro colectivo, como termómetro de clase.
El odontólogo del Centro de Salud es un profesional que trabaja en unas condiciones peculiares en Atención Primaria. Es como un médico de familia que le dice al paciente: lo de la hipertensión no te entra, vete al mercado (de la salud) a buscarlo. Como un médico que trabaja con una mano atada, como un médico que no hace extraACCIONES. Que no es muy incisivo en las prestaciones de la cartera de servicios. Que no puede molar. Como el Servicio Público de Empleo Estatal. Está ahí, pero sirve para muy poco. Al final, cuando te toca pagar la factura del dentista, si es que no estás canino, te quedas como desvitalizado.
Si no tienes dinero para que te arreglen una pieza, el Sistema Nacional de Salud, en un pensamiento simple de enmienda a la totalidad, te la rescinde. Te hace el vacío y te deja sin diente. En el hueco queda un diente fantasma. No está pero se hace aún más presente que antes (como pasa con los difuntos), porque todo el mundo se fija en el hueco del diente que falta en vez de hacerlo en el resto. Sucede como en política, que te definen los demás. Al igual que hay pactos sellados también hay muelas selladas.
También hay dientes mellados, dientes de leche, dientes de ajo. Dentaduras y vidas postizas. Hay ortodoncias que reparten las fuerzas como los arbotantes de una catedral. Piezas dentales como piezas de frutas y pulpa dental como su carne. Hay solamente un modo de hablar y escribir entre dientes. Éste.