Hay psiquiatras con criterios diagnósticos del DSM-IV. Psiquiatras atenazados por su escuela. Hay psiquiatras tan poco profesionales que se hallan integrados en la sociedad. Algunos suspicaces, otros fóbicos, histéricos, límites, neuroasténicos, hipocondríacos. Psiquiatras que no dan abasto a atender a todos los compañeros del hospital. Que estudian Psicología por la UNED. Que tienen complejidades en relación al género y a la sexualidad. Que comenzaron con Freud y siguieron con Lacan terminando en Laclau y alistándose en alguna revolución. Que profundizaron en la relación entre Psiquiatría y Poder. Hay psiquiatras que se pasan de revoluciones. Que se han leído todos los libros del mundo. Que alcanzan su madurez profesional cuando deciden pasarse de una vez de la Psiquiatría a cualquier otra rama del saber. Que les chifla el mundo académico. Que son la cultura personificada. Que tienen la tesis. Hay psiquiatras con los que uno nunca se aburre porque siempre tienen algo que decir e historias interesantes que contar. Hay psiquiatras que comienzan a hablar y no paran. Hay psiquiatras que comienzan a escuchar y apenas puedes sacarlos ya de su silencio. Hay psiquiatras que leen a Durkheim y a Badaracco. Psiquiatras que rotaron en Buenos Aires y que se entregaron como nunca al amor. Que curan a gente muy malita y que luego se desestabilizan con una palabra malsonante o una bobá, que se ahogan en un vaso de agua. Hay psiquiatras que nunca aprendieron a amar. Que las lían como Amancio. Que consumen paciencias y tóxicos. Que viajan mucho y están apuntados a teatro. Que desconfían de los genéricos. Que leen Postpsiquiatría. Que para conseguir amarlos, llegar al fondo de su corazón y/o conseguir que te amen hay que hacer un máster o un concurso oposición. Hay psiquiatras que se tatúan en secreto. Psiquiatras que no hay por dónde cogerlos. Psiquiatras que entregaron su vida entera a su profesión. Psiquiatras que me gustaría saber qué rayos hacen un domingo por la tarde.
Hay psiquiatras que no pueden con tanto dolor de la consulta. Psiquiatras que bucean en lo social y en lo comunitario y que superaron tanto biologicismo. Psiquiatras que se apartan con miedo cuando atizan la Terapia Electroconvulsiva y aquello pega el pedo. Hay psiquiatras modernos que contrastan con aquellos maestros oscuros, y que eran tan interesantes. Hay psiquiatras que son tan amados por sus pacientes… No hay un momento tan fascinante y bonito que dar cuenta en la consulta del médico de cabecera que el paciente ha enganchado bien por fin con un psiquiatra, después de muchos intentos. Hay pacientes que por menos de nada crucifican a un psiquiatra para siempre, y ya no hay vuelta atrás, como hacen los ex. Hay pacientes que les encanta pagar por el psiquiatra privado, y no hay manera de convencerles de que no. Vicente era uno de ellos.
Una vez llevé a un paciente, Vicente, que en (NO)realidad era Juan Manuel. Vicente había construido dos identidades para desdoblarse en ellas, la de Juan y la de Manuel. Dice Terry Eagleton que «sólo hay una cosa en este mundo peor que tener una identidad, y es no tener ninguna». Juan Manuel le parafraseaba: «sólo hay una cosa en este mundo peor que tener una identidad, y es no tener dos». Yo había conocido a mucha gente a la que le gustaba la idea de llevar una doble vida, pero no a gente que anhelara una doble identidad. Manuel tenía barba, Juan perilla y Vicente bigote, por lo que siempre aparecían en este orden por la consulta. Vicente configuraba a Juan y a Manuel con atributos especulares. Juan y Manuel comenzaron a atribuirme a mí, su médico de cabecera, la identidad de su psiquiatra de referencia. Decían que nosotros dos teníamos un desdoblamiento de la identidad parecido al suyo, y que a menudo también les confundíamos. No podía decirle nada. En el fondo un médico de cabecera verdadero siempre ha fantaseado con hacer Psiquiatría.