René Favaloro y la épica de la medicina

Aquel sábado de julio del 2000 te metiste en el baño de tu apartamento en Buenos Aires con un revólver en la mano. Tenías 77 años y habías operado al último paciente el día anterior. Dejaste unas cartas en la mesita del salón.

Aquel mediodía te descerrajaste un tiro en el pecho que te atravesó el corazón y te salió por la espalda. Aquella bala estaba cargada de significado. Nunca tantas cosas cupieron en un trozo de plomo. Tampoco en la carta que dejaste de despedida, que es probablemente una de las obras más sobresalientes de la literatura universal, quizá porque es real.

El lunes debías regresar al hospital que gerenciabas y despedir a 400 empleados en un plan de ajuste dictado en contra de tu voluntad, porque la institución amenazaba quiebra como el país entero.

En 1971 decidiste renunciar a la fama y al dinero y regresaste de Estados Unidos a la Argentina en plena dictadura militar a poner en pie un proyecto que aunara docencia (Universidad), investigación (Laboratorio) y asistencia (Hospital). No fue fácil: tardaste 20 años en que todo pudiera comenzar a rodar.

Quisiste distinguir la Fundación con dos banderas que escondían propósitos profundos. En primer lugar querías formar a residentes latinoamericanos como una manera de construir la gran patria latinoamericana al modo de tu idolatrado General San Martín. En segundo lugar querías que tu Fundación atendiera por igual a todos los pacientes independientemente de su clase social, desafiando al sistema sanitario argentino y quizá al país en general, pues existía un diseño institucional perfecto para que cada paciente recibiera prestaciones sanitarias según el lugar que ocupaba en la sociedad, lo que dejaba en muy mal lugar a las personas con pocos recursos económicos.

Comenzaste tu carrera siendo un médico general de pueblo. Fuiste para tres meses a una sustitución a La Pampa y te quedaste diez años, en la década de los 50. Fundaste la Medicina Comunitaria en el país, llevaste a cabo un plan diseñado por ti para disminuir la mortalidad infantil, trabajaste los Determinantes Sociales mejorar la salud de la población y levantaste con tu hermano una clínica con consultorio, sala de ingreso, sala de radiodiagnóstico y sala de operaciones en aquel medio inhóspito, para asombro de todos.

Ibas para cirujano después de una formación exitosa en tu ciudad, La Plata, pero te quedaste sin la plaza por no querer firmar conformidad con el gobierno peronista de entonces. Venías de la clase baja. Dijiste que aprendiste a ser cirujano viendo a tu padre manejar las manos en la carpintería.

En el pueblo leías las revistas científicas y acudías de vez en cuando a Buenos Aires a algunas sesiones clínicas. Comenzaste a mostrar interés por la Cirugía Torácica y Cardiovascular. Estudiaste con atención las técnicas de revascularización arterial con injertos venosos que se estaban realizando con éxito en procedimientos renales y en la circulación periférica, y pensaste ya en el pueblo si no podrían ser aplicables en las arterias coronarias.

Preguntaste a tus maestros dónde era el mejor sitio para aprender Cirugía Cardiovascular del mundo, y te contestaron que en la Cleveland Clinic de Estados Unidos, porque había un tipo en un sótano que había conseguido visualizar el árbol coronario metiendo un contraste radiológico por la vena a los pacientes.

Decidiste que tus años en el pueblo habían terminado. Una mañana te presentaste en la misma clínica con una carta de recomendación pidiendo que te dejaran observar las cirugías y aprender, en un inglés balbuceante. Tenías 39 años.

Habían pasado solamente cinco años de tu llegada y una mañana de mayo de 1967, a un paciente minuciosamente seleccionado, le quitaste una vena de la pierna y le puenteaste una obstrucción coronaria. El tipo del sótano le cateterizó a los 8 días y el injerto resultó ser permeable. Habías inventado el bypass aortocoronario con vena safena.

Estos últimos cuatro años de mi vida los he dedicado a estudiarte en forma de tesis doctoral en el ámbito de Historia de la Medicina. He analizado científicamente tus contribuciones, me he sumergido en tus numerosas contradicciones y no he podido evitar quererte, aunque está mal visto que un investigador diga eso de su objeto de estudio. Gracias por todo.

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