La migraña afecta aproximadamente al 15% de la población general. Se considera la segunda enfermedad más frecuente y la mayor causa neurológica de discapacidad. Es típica de edades jóvenes o medias, de modo que resulta lógico preguntarse por los motivos que hacen que un trastorno tan común y juvenil persista de forma invariable o incluso aumente su incidencia en la población general.
Esas razones hay que buscarlas en la teoría evolutiva. La evolución no busca lo más sano o perfecto, ni siquiera lo mejor. Su objetivo es simplemente la mejor adaptación, que permita la supervivencia y proporcione mayores probabilidades de reproducción. A estos efectos, los mismos mecanismos que mejoran la adaptación son, con frecuencia, pleotrópicos, es decir, tienen múltiples efectos, sin que todos resulten protectores para el individuo. Así, por ejemplo, la bipedestación mejoró el desplazamiento o la amplitud de visión, pero nuestra columna es imperfecta y sufre cambios degenerativos y sobrecarga, mientras que el efecto gravitatorio de un peso trasladado a la posición vertical nos hace vulnerables a problemas de retorno venoso (varices) o a hernias de la pared abdominal. El propio hecho de envejecer admite una explicación evolutiva mediante esa misma pleotropía, en su forma llamada antagónica: los mismos genes que en las fases de crecimiento y reproductiva fueron ventajosos, expresarán múltiples efectos deletéreos en periodos avanzados de la vida.
El dolor de cabeza, con la migraña como forma clínica predominante, debió aportar ventajas evolutivas a la especie; de lo contrario habría desaparecido o tendría una frecuencia muy baja. El diseño de los organismos y sus respuestas ambientales surgen para mejorar la supervivencia. Así, el dolor y la cefalea pueden entenderse como respuestas homeostáticas y adaptativas. Menos del 10% de la población no tiene experiencia de cefalea, y el fenotipo migrañoso es una repuesta dolorosa común en formas secundarias y sindrómicas de cefalea. Estas características se entienden según los rasgos neurofisiológicos específicos (falta de habituación, sensibilización y baja preactivación), las características genéticas (trastorno poligénico con múltiples genes de baja penetrancia, que interaccionan con el ambiente y son comunes a los de los trastornos comórbidos, como la depresión-ansiedad) y la interacción ambiental en las sociedades modernas, como el aumento del número de ciclos estrogénicos y, especialmente, la sobreexposición al estrés.
Dado el carácter poligénico de la migraña, las ventajas evolutivas no están bien definidas; no obstante, se ha descrito un descenso en la incidencia del cáncer de mama en mujeres con migraña, al ser ambas enfermedades dependientes de los estrógenos. Siguiendo con otras posibles ventajas evolutivas de la migraña, se ha descrito que su vasodilatación, por una parte, podría ser una ventaja como señal de alarma rápida ante diversos trastornos agudos, como la isquemia, los traumatismos o las infecciones; otras enfermedades crónicas persistentes en la evolución se han intentado correlacionar con las infecciones, especialmente tras el descubrimiento de la úlcera péptica como una enfermedad infecciosa hace 3 décadas. Así, el Helicobacter pylori se ha relacionado también con la migraña, aunque la evidencia dista de ser sólida.
El estrés, la sobreexposición ambiental a factores generadores de ansiedad en la sociedad actual, altamente demandante y competitiva, y los cambios emocionales secundarios son, con toda probabilidad, elementos de primer orden en la génesis de las frecuentes crisis de migraña de estos pacientes. La evidencia epidemiológica así lo confirma. Por otro lado, el aumento de la incidencia se limita a las áreas urbanas. En el medio rural, donde el estrés es menor, la presencia de la enfermedad también es llamativamente menor. La interpretación de la evidencia en el contexto de la teoría evolutiva apunta a que la migraña es un trastorno altamente prevalente, en el que se suman rasgos genéticos y epigenéticos, especialmente activo en las primeras épocas de la vida. Con ello se generan unos rasgos neurofisiológicos que cambian el nivel de preactivación, la habituación y la sensibilización, hasta umbrales aptos para desencadenar dolor ante estímulos ambientales o endógenos que son ubicuos en nuestra sociedad moderna. Así se explica no sólo la incidencia creciente de esta afección, sino también la dificultad de su tratamiento, al persistir los desencadenantes. Así las cosas, un correcto manejo de la migraña requeriría añadir estrategias poblacionales para abordarla, que informen y eduquen sobre esta interacción ambiental tan común y deletérea.
Finalmente, a diferencia de la medicina basada en la evidencia, que evalúa ciclos temporales cortos, la teoría evolutiva contrasta hallazgos indirectos en ciclos muy largos. Por todas estas razones, la medicina –y con ella la neurología– no ha integrado aún estas nociones en su cuerpo doctrinal. Recientemente, ha habido lecturas muy cuidadosas y razonadas del alcance de la teoría de Darwin y su implicación en diversas disciplinas, incluida la nuestra. La investigación y las evidencias actuales están otorgándole protagonismo y recuperando este desfase. Al igual que en otras áreas de la neurología o la medicina, el razonamiento en términos evolutivos permite adquirir conocimientos de indudable valor clínico.