La demencia se define como un trastorno caracterizado por un deterioro cognitivo adquirido de suficiente gravedad como para afectar al funcionamiento social y profesional. La enfermedad de Alzheimer es el tipo más común de demencia, seguido de la demencia vascular mixta y la demencia vascular.
La prevalencia mundial de la demencia se calcula en 35,6 millones, con proyecciones futuras que superan los 100 millones en el año 2050. El impacto de la demencia es de gran alcance. No afecta sólo a la salud y al bienestar del paciente, sino que también está asociado a una pesada carga para el cuidador, un aumento del uso de los servicios sanitarios y necesidades de cuidado a largo plazo, además de una sangría de los recursos sociales y personales. Retrasar un año el inicio de la demencia mediante esfuerzos de prevención puede reducir la prevalencia total en 9,2 millones en el 2050.
La patología de la demencia se desarrolla durante años antes de hacerse notar los síntomas y deficiencias. Por lo tanto, los estudios epidemiológicos de demencia deben realizarse en etapas más tempranas de la vida a fin de evaluar los factores de riesgo modificables que actúan en las primeras etapas y en las etapas medias de la vida. Identificar estos factores pondrá de manifiesto, probablemente, el gran potencial a la hora de reducir de forma eficaz la carga de demencia en las décadas posteriores mediante esfuerzos de prevención primarios y secundarios.
El riesgo de sufrir demencia se asocia tanto a factores genéticos como ambientales. Aunque potencialmente hay un fuerte riesgo genético, los factores genéticos no son modificables en estos momentos. Entre los factores modificables no genéticos en las etapas medias de la vida, las enfermedades vasculares, la dieta, el ejercicio y la actividad mental están vinculados sistemáticamente al riesgo de sufrir demencia y son los que revisa el autor del trabajo.
Los datos a favor de la existencia de relaciones entre las enfermedades vasculares, excepto la diabetes mellitus y enfermedades relacionadas, y la demencia sugieren una relación no lineal (en forma de U o de J), en la que unos niveles altos en la adultez y unos niveles bajos en la vejez se asocian a una elevada probabilidad de sufrir demencia posteriormente. Los mecanismos potenciales que explican la relación entre la hipertensión en la edad media y el aumento del riesgo de sufrir demencia incluyen aterosclerosis, lesiones de la sustancia blanca (indicativo de isquemia), además de un aumento de placas neuríticas y ovillos en el neocórtex y el hipocampo, y atrofia hipocámpica y amigdalar. El papel del colesterol en la patología de la demencia parece intuitivamente relacionado con el alelo APOE 4, a la aterosclerosis, que perjudica el flujo sanguíneo hacia el cerebro y la aceleración de la neurodegeneración de la enfermedad de Alzheimer. Se ha demostrado que la diabetes mellitus tipo II, la alteración de la secreción de insulina, la intolerancia a la glucosa y la resistencia a la insulina en la edad media están asociadas a un aumento del riesgo de sufrir demencia.
Se necesitan más estudios prospectivos y ensayos clínicos que empiecen en las etapas medias de la vida para determinar si los fármacos para controlar la hipertensión y la hipercolesterolemia y para mejorar el control glucémico pueden reducir la prevalencia del deterioro cognitivo y la demencia. El mecanismo más obvio que vincula el sobrepeso y la obesidad con un mayor riesgo de sufrir demencia es a través de las enfermedades vasculares. Aunque no se descartan otros factores, se sugiere un aumento de la secreción de citocinas proinflamatorias, hormonas y factores de crecimiento que cruzan la barrera hematoencefálica desde el tejido adiposo.
La dieta es una parte importante de un estilo de vida saludable e influye en el riesgo de padecer varias enfermedades y en el proceso de envejecimiento en general. Los autores encuentran pocos estudios que analicen las asociaciones entre los micronutrientes y los macronutrientes en la adultez y el riesgo de sufrir demencia. La ingestión de antioxidantes podría reducir el riesgo de sufrir demencia al disminuir el estrés oxidativo y la inflamación, que son mecanismos ligados a cambios en el cerebro y a procesos patológicos asociados a la demencia.
Se ha constatado que un consumo alto de cafeína está asociado a una disminución del riesgo de sufrir enfermedad de Alzheimer. Los efectos beneficiosos de la cafeína pueden generarse a través de mecanismos que reducen la producción de A o mediante el aumento del nivel de proteínas cerebrales importantes para el aprendizaje y la memoria, como el factor neurotrófico derivado del cerebro.
La importancia de la actividad física en la salud física es bien conocida, pero, hasta hace poco, no se había prestado atención al papel de la actividad física en la salud cerebral y cognitiva. Algunos estudios sugieren que una mayor participación en la actividad física en la adultez se asocia a una disminución del riesgo de sufrir demencia y Alzheimer. La actividad física puede beneficiar a la salud cognitiva mediante los favores observados en el sistema cardiovascular, que se extienden al sistema cerebrovascular, o mediante el incremento de la neurogénesis, la mejora de la citoarquitectura cerebral (vasos sanguíneos, dendritas, microglía) y de las propiedades electrofisiológicas, junto a un aumento de los factores de crecimiento cerebrales y una disminución de la formación de las placas amiloides detectadas en la enfermedad.
Hay interés en saber si la actividad mentalmente estimulante beneficia a la salud cerebral y cognitiva; así algunos estudios sugieren que una mayor participación en actividades cognitivamente estimulantes se asocia a una disminución del riesgo de sufrir demencia y de padecer Alzheimer en las mujeres.
Mantener la salud cognitiva en la vejez es una prioridad de salud pública, ya que la población de personas mayores crece a un ritmo sin precedentes. Esta revisión se centra en los datos que parecen indicar la existencia de conductas modificables en las etapas medias de la vida que pueden reducir el riesgo de sufrir demencia en la vejez mediante la contribución a la reserva cognitiva/cerebral y el retraso de la expresión clínica de los síntomas de la demencia. Los autores consideran que hay pocos datos definitivos de que el riesgo de sufrir demencia se pueda modificar mediante cambios de comportamiento en las edades medias; sin embargo, tratar las enfermedades cardiovasculares, seguir una dieta sana, y mantenerse física y mentalmente activo parecen ofertar una mayor esperanza de prevención.
Aún así, hacen falta más estudios para poder hacer recomendaciones específicas a los adultos de mediana edad en relación con los cambios de comportamiento que pueden reducir su riesgo de padecer demencia en el futuro.
Hughes T, Ganguli M. Factores de riesgo de demencia en la vejez modificables en las etapas medias de la vida. Rev Neurol. 2010; 51(5): 259-262.