Nuestro país disfruta en la actualidad de una de las mejores expectativas de vida del planeta y de los índices de morbimortalidad por enfermedades cardiovasculares más favorables de los países de nuestro entorno. Si bien estas enfermedades continúan siendo la primera causa de muerte, en las últimas dos décadas la mortalidad cardiovascular se ha reducido de forma continuada, hasta el punto de que es muy probable que en poco tiempo deje de ocupar ese primer lugar en la lista y sea superada por la mortalidad por cáncer. Cada generación vive un momento histórico y unas circunstancias diferentes a las que vivieron sus abuelos y a las que vivirán sus nietos. Son circunstancias que afectan a la salud y a la causa y la forma de morir. Analizar la mortalidad por cohortes de nacimiento permite comparar la mortalidad en diferentes generaciones y deducir si los cambios observados en las tendencias se relacionan con estas circunstancias.
Un estudio publicado recientemente en la prestigiosa revista Journal of The American College of Cardiology, y llevado a cabo por investigadores del Reino Unido en colaboración con expertos de Connecticut (Estados Unidos), Francia e India, ha mostrado que los hijos cuyos padres han vivido más tiempo tienen un menor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares. Para llegar a esa conclusión, los científicos analizaron a un total de 186.151 personas de entre 55 y 73 años cuyos padres, ya fallecidos, habían participado en el registro Biobank del Reino Unido, un proyecto nacional que recoge datos aportados por voluntarios para la investigación en salud. Los datos de seguimiento se recogieron durante ocho años a partir de los registros obtenidos de ingresos hospitalarios, así como de registros procedentes de certificados de defunción. La valoración inicial del estudio reveló que el incremento de la longevidad de los padres se asociaba a una mayor educación, mayores ingresos, mayor actividad física y menores tasas de tabaquismo y obesidad. En esta línea, los expertos comprobaron que cuando los padres habían vivido más de 69 años las causas de mortalidad en sus hijos disminuían hasta un 17% por cada década adicional que sobrevivían los progenitores. Pudo observarse asimismo que la mortalidad por cardiopatía isquémica se reducía casi un 20% cuando era la madre la que más años vivía, y un 21% cuando era el padre. Del mismo modo, aquellos hijos cuyos padres vivían más tiempo tenían un menor riesgo de sufrir enfermedad periférica, insuficiencia cardiaca, accidente cerebrovascular, hipertensión arterial, anemia, dislipemia y arritmia crónica por fibrilación auricular. De hecho, los investigadores del estudio previamente ya constataron que los hijos de padres que aún vivían tenían ya menores puntuaciones de riesgo genético para sufrir coronariopatía, hipertensión arterial de predominio sistólico, índice de masa corporal elevado, hipercolesterolemia y niveles altos de triglicéridos.
Por tanto, se refuerza la premisa de que algunos factores hereditarios de nuestros padres influyen más de lo que habíamos imaginado en nuestra salud cardiovascular.