En el reportaje del presente número hablamos de insuficiencia cardiaca, del creciente impacto que tiene esta enfermedad en los países desarrollados, de los avances terapéuticos que se han producido y de los desafíos que representa para los sistemas sanitarios y para los profesionales.
Sobre este último punto, los dos grandes retos son, por un lado, la prevención, y por otro, la optimización del uso de los recursos. Acerca de lo primero, todos sabemos que el control absoluto de los factores de riesgo cardiovascular es harto complejo, pero es necesario insistir sin descanso en la concienciación de lo esencial que es adoptar estilos de vida saludables para vivir más y mejor.
En el segundo aspecto queda trabajo por hacer, pero es factible. Cada vez más centros hospitalarios de nuestro país cuentan con unidades específicas de atención a la insuficiencia cardiaca, hasta el punto de que más de la mitad de ellos cuenta con una. El trabajo multidisciplinar a cargo de cardiólogos, internistas, médicos de familia, profesionales de enfermería y otros especialistas debidamente formados en el abordaje de esta enfermedad da buenos frutos en términos de reducción de ingresos hospitalarios y mejora de la calidad de vida de los pacientes, motivo por el que este tipo de programas y unidades está recomendado en todas las guías de práctica clínica.
Esperemos que en poco tiempo todos los afectados por la insuficiencia cardiaca puedan acceder sin problemas a la mejor opción asistencial posible, que es la que representan este tipo de unidades y programas.