–¿Cuáles son las actuales recomendaciones para tratar la tuberculosis?
–Desde 1977 tenemos la misma pauta. Sería recomendable mejorarla, ya que se trata de una infección que, en el mejor de los casos, requiere un tratamiento de 6 meses. Esto provoca que pacientes poco motivados puedan abandonar el tratamiento cuando se encuentran mejor. La pauta actual para casos iniciales es la administración durante 2 meses de cuatro fármacos –rifampicina, isoniacida, pirazinamida y etambutol–, seguida de 4 meses con rifampicina e isoniacida. Si hay un problema de resistencias, se puede complicar mucho y ya tenemos algún paciente que requiere tratamientos muy costosos, que pueden llegar a más de 30.000 euros al año.
–Entonces, ¿no se han producido avances terapéuticos destacables desde los años setenta?
–Lamentablemente no. Los avances conseguidos han sido únicamente con las asociaciones fijas medicamentosas. En la misma pastilla hay 2, 3 o 4 farmacos, lo cual favorece la adherencia al tratamiento y que no se produzcan resistencias. Hubo un nuevo fármaco en el que se confió mucho, el moxifloxacino, pero se observó que no era superior a los fármacos principales para tratar la tuberculosis, isoniacida y rifampicina. Hemos participado en un ensayo clínico de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, estudiando un tratamiento para la infección tuberculosa latente. Se compararon dos ramas, una con el tratamiento clásico de 9 meses con isoniacida y otra con un tratamiento de 3 meses tomando rifapentina e isoniacida un solo día por semana. Se ha observado que ambos tratamientos son igual de eficaces. Los resultados se han hecho públicos muy recientemente y se van a presentar en congresos y publicar en revistas con alto factor de impacto. Seguramente, la nueva pauta irá desbancando a la antigua. Pero sería muy positivo investigar con profundidad en este tema porque seguimos con los mismos tratamientos y las mismas pautas de los años setenta. En los últimos años han aparecido muchos tratamientos antirretrovirales, lo que indica que se ha investigado mucho en el campo del VIH, pero no tanto en tuberculosis, enfermedad que causa una mortalidad tan alta o mayor.
–¿Qué otros objetivos destacaría de la investigación en tuberculosis?
–Como dice la propia OMS, el problema de la tuberculosis es que se trata de una enfermedad descuidada. Descuidada por los gobiernos y por las agencias de investigación. Afortunadamente, en los últimos años el nivel de concienciación ha aumentado. Pienso que se debería investigar para mejorar el diagnóstico, puesto que nos basamos en la prueba de Ziehl-Neelsen, la baciloscopia directa de esputo, que data del siglo XIX, de los tiempos de Koch. La prueba de la tuberculina tiene alrededor de cien años, y la vacuna disponible –la BCG– es también muy antigua. Sería bueno utilizar métodos diagnósticos más nuevos y, de hecho, se está empezando. En los últimos años han aparecido pruebas que se basan en la detección de interferones y que pueden ser una alternativa a la clásica prueba de la tuberculina. En cuanto al tema de las resistencias, estamos viendo que podrían utilizarse tratamientos a medida, al menos en algunos casos en los que sería factible comprobar, en muy pocas horas incluso, si un paciente es sensible o resistente a determinados fármacos.
–¿Qué opinión le merece como experto en tuberculosis que el Día Mundial de la Salud se dedique este año a las resistencias a los antimicrobianos?
–Es muy interesante. En el caso de la tuberculosis, interesa instaurar pautas de tratamiento que el paciente cumpla y que los enfermos no tomen solamente uno o dos fármacos, ya que es la forma de que se generen resistencias. Cualquier paciente con un primer diagnóstico de tuberculosis debería iniciar un tratamiento con cuatro fármacos y en todos los casos deben estudiarse bien las resistencias. Que el Día Mundial de la Salud esté enfocado este tema nos parece fantástico.